A veces, cuando me meto en la cocina, sufro grandes crisis de identidad. Y es que, a veces, creo que soy mi marido y que no va a haber nada que se me resista dentro de mis 2 minúsculos metros cuadrados (es decir, mi cocina de pin y pon). Pero, desgraciadamente, no lo soy y nunca lo seré, aunque lo intente. Porque lo que él hace se lo han dado los años de experiencia, las meteduras de pata que seguro que ha tenido y los ensayo - error de los que no nos libramos ninguno.
De todas formas, esta vez mi crisis ha sido positiva. Podría no haberlo sido, podría haberse cortado la buttercream por hacer pruebas con casi 300 gr de mantequilla (yo, en grandes cantidades, o nada!!)... Pero esta vez ha salido bien. Y es que, he de confesar algo, odio enormemente las esencias. Bueno, rectifico, no las odio, ellas me odian a mí. Y mucho. Porque, cada vez que las uso, se me revelan. Nunca caen en la cantidad justa. Acostumbran a caer el la masa (de lo que sea, cupcakes, bizcochos, galletas,...) de manera precipitada y sin medida. Y mira que son pequeños los botes de esencia, que de ahí dentro tampoco puede salir mucha cantidad... Pues sale. Mucha. Demasiada. Y da igual lo que use para medir las cantidades de esencia que añado a las recetas, siempre, siempre, siempre me paso.
Recuerdo hace unas semanas cuando Vani, de Viva la Tarta, me pidió que le echase una mano para preparar su primer taller de tartas (exitazo, por cierto!!). Ahí estaba yo, como un flan, en casa de Vani, mirando como ella iba y venía por la cocina con una seguridad maravillosa, preparando las cosas que nos hacían falta para empezar. Y es que, lo que ella hizo en 10 minutos, yo podía haber tardado, tranquilamente, tres cuartos de hora... Pero bueno, a lo que iba. Nos fuimos repartiendo las tareas y me puse a hacer masa de galletas en cantidades industriales. Al principio, más lenta que el caballo del malo, Vani me miraba como quien mira una bomba a punto de estallar. Y es que parecía que no había hecho una masa de galletas en mi vida. No era capaz de ponerme en modo "reposteril" ni a tiros, los nervios se estaban apoderando de mí... Y el peor momento fue cuando tuve que añadir la esencia de vainilla. No quería chafarlo, no quería... Y me quedé congelada. Vani me miró con cara de "¿Y bien?" , a lo que yo le contesté: "¿Me echas la esencia? Que me da miedo." Primero llegó la cara de póker y, acto seguido, la carcajada. "Que boba". Si, ya, boba, pero yo no quiero meter la pata que las esencias me tienen manía!
Y todo esto que os cuento venía por una buttercream, la de naranja que llevaba la última tarta que he hecho. Y es que, aquí la "antiesencias", busca la forma de aromatizar las buttercream y los bizcochos sin tener que añadir nada que valla a estropearme el invento. No, no, no. Y sí, ya sé que son una gozada, que a todos/as os encantan y que las usáis... Pero a mi no me convence ni el Tato. No, no, no.
El caso (joe, me enrollo como las persianas) es que me las tuve que ingeniar para aromatizar la buttercream sin esencias... Así que me puse a hacer sustituciones varias en la receta que tenía entre mis manos (una del libro "Cupcakes and muffins" de The Hummingbird Bakery, un libro sin el que ya no vivo!!). Dicha receta era una buttercream de limón, la cual me venía genial, pero la adapté para hacer también la de naranja. Y mi invento (que lo llamo invento, pero seguro que más de uno y de dos ya lo ha hecho antes, que no soy pionera ni nada,... ) consistía en sustituir la leche de la receta por... zumo de naranja! ¿Y sabéis que os digo? Pues que le den a las esencias, que no las quiero, porque nunca antes había probado una buttercream de naranja que supiera a naranja de verdad... Y esta así sabía!! (Nota para los valencianos y alrededores: con el género que tenéis por ahí salen las mejores buttercreams de naranja del mundo, os lo juro!)
Bueno, y me diréis, ¿y la receta? Pues no hay. Bueno, haberla hay, pero yo nunca la hago según me marca la receta original... Siempre acabo haciendo cambios "in situ", sin pesar ni nada, a ver que sale... Pero, como esta receta la voy a usar más veces (muchas más veces), prometo apuntar bien todos los cambios para poder pasaros la receta con sus cantidades.
Y llego a la miga del post (después de 6 párrafos, ya iba siendo hora...), la tarta. La preparé para Naia, la peque de una amiga que cumplía 2 añitos. A su hermana también le preparé otra hace un par de meses, cuando cumplió 5 años.
Para Naia quería una tarta infantil, pero sin caer en las típicas tartas de dibujos animados que tanto se llevan ahora. Y no es porque no me gusten (a veces alucino con la capacidad de reproducción que tienen algunos) pero esta vez quería algo diferente. Así que me decanté por una tarta muy básica, forrada de fondant blanco y con una cinta verde mente en la parte de abajo y ya, porque esta vez el centro de atención tenía que ser el modelado.
Aventurandome por la web, buscaba un tipo de osito que tuviera textura y que, sobre todo, fuera muy "cuqui". Encontré algunas ideas y, uniendo un poco de aquí y otro poco de allí, conseguí hacer los dos ositos que veis sobre la tarta. El resto del modelado es bastante fácil de hacer, iban saliendo según iba colocando cosas en el topper de la tarta.
Lo mejor de hacerle tartas a las hijas o hijos de las amigas es que puedes ver la cara de los niños al recibirla. Pero yo creo que me gusta más la cara de los padres, entre alucinados y acojonados (cuanto me vas a cobrar por eso??? XD). Disfruto más.
Bueno, ya sé que ha sido un post de los raros, pero no puedo escribir a gusto si tengo a Grey (mi gata) tumbada encima del teclado. Y da igual que la eche, siempre vuelve! Pero durante la semana os escribiré otro post con la receta de la buttercream de naranja y, por que no, la de lemon curd que llevaba la tarta también. Vamos a ponerselo a unos cupcakes, os parece??
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Disfrutad de las vacaciones (los que las tengáis), hornead mucho y sed creativos, porque la creatividad crece con la práctica.
Muxu handi bat!!
Jessi.